
Volver a mi centro. Qué tarea tan ardua la de reunirme de
nuevo, cuando mis pedazos han estado solos y perdidos tanto tiempo que no se
reconocen. No casan unos con otros, discuten o se quedan en silencio y jamás
hablan de ellos mismos y de lo que fueron.
Podría tolerar el dolor, el rechazo, la ignorancia. Podría
soportar que me quisieran a medias y lo que supone que esto ocurra. Podría
soportar sentirme culpable, enfadarme o querer desaparecer.
Lo que no tolero es la ausencia de sentimientos como emoción.
El vacío. La sucesión de situaciones, momentos, polvos que
se acortan, se olvidan. Lo días como otros cualquiera que antes hubieran sido
los que marcan la diferencia.
Comienza el descenso. Convertirme en el arquetipo de mujer
que quiere acceder a y se muestra inaccesible. Sin sentir, roce de ecos que me
prenden fuego.
Cerca de todos, del lugar donde se supone que me gusta
permanecer y lejos de entender qué es realmente lo que quiero.
Porque, al fin y al cabo, la vida no es más que una misma
canción en bucle: cuanto más la escuchas, menos la entiendes. Tal vez sea ese
mi problema. Tal vez tenga que cambiar relevancias, redirigir la mirada y
cambiar el repertorio.
Porque mi mejor banda sonora es la que canto con mi voz.
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