No sé qué me pasa y tampoco sé si quiero invertir tiempo en
descubrir lo qué es. Tal vez sea el tiempo que llevo intentando averiguar por
qué vivo al final de cada escalón donde tropiezo, quedándome a esperar que el
siguiente no haga lo mismo que el anterior.
Vivo bien y todo eso está genial para darme cuenta que sé
moverme, sé existir y pegarme esos bailes que la mayoría de las personas suelen
declinar.
Saber existir no quiere decir que respirar lo sea todo. Quizás
no sea suficiente el hecho de saber que vivo, quizás falte una buena razón, unos labios que sepan marcarme a
mí como la diferencia abismal entre existir y existir para alguien. Aún no he
encontrado a nadie capaz de convertir el agua que bebo en un buen vino, en
brindar con él el roce fortuito de nuestros huesos, que acabarán desgastándose,
enterrados por un roce similar al del placer, a la autodestrucción y muerte de
los vanos intentos de significar.
A quién le importa
De dónde quiera escapar
Si ni si quiera la belleza interior de alguien
Puede hacerme levitar.
Eras la excepción y, como tal, debías ser excepcional. Has
acabado presa de la ambigüedad de lo que ni yo misma concibo que somos.
Vamos, tú puedes, eres capaz de descongelar todo este tiempo
perdido que se ha amontonado. Venga, tú puedes, detén esta coagulación de
estigmas y cicatrices firmadas con otras bocas. Venga, tú puedes, hazme renacer
de mis cenizas, sácame brillo con el tuyo.
Y cuando menos lo esperes, te habré dejado atrás como hago
con cada arruga de mi colchón que pretende destacar
.