19 oct 2017

Los dolores

Algunos dolores son como el alquitrán. Otros resuenan como un zumbido que no cesa. Los hay que pueden llegar a cortar la mantequilla con el cuchillo en incandescencia del rayo que electrifica el ambiente; otros son simplemente el silencio que escapa entre las calles de una ciudadela en ruinas que fue abandonado por la humanidad en etapas ancestrales. La tela que es rajada entre dos manos en una habitación oscura e íntima en noches de lujuria.

Los primeros pueden resolverse fácil volviéndolos combustibles fósiles que pongan en marcha el motor de la creatividad. Los segundos se curan con la música. A los terceros les resuelve la comprensión. Los cuartos pueden encontrarse en su pasión por el arte que permite la expresión del individuo encarcelado en su mente. Los quintos... Nada tiene de malo resolverlo con sexo.

19 abr 2017

En el último trago

No quiero que envidies
no,
no lo quiero
Sólo quería que me recordaras alguna vez.
que lo recordaras,
sólo que lo recordaras
para cuando alces una cerveza
en algún brindis donde yo no esté presente
si te nace, me incluyas
No rayes tu mente en si es consciente o si inconsciente; todo lo contrario.
Sólo alza esa cerveza y mírame; dentro; si me paseo en tu mente cuando el movimiento y el ambiente
que crea lo abstracto de un recuerdo te evoque mi frente, mis manos y mis pies.
Hazlo, como si al cerrar los ojos tras beberte un trago saboreases como una agitación
que el recorrido de tu garganta son esas partes de mí; húmedas,
donde me remojas, formando un cuenco con tus manos
de manera que al verter ese pequeño estanque sobre mi pelo,
todo se vaya por el sumidero.
Acarícialo; a mi pelo, claro.
Así pues, tu garganta podrá llegar a ser el escenario de lo acontecido;
tanto mi cuerpo como esa bañera que trata al alcohol como bálsamo,
que escuece, que cura, y crea placer en el dolor de ese, mi corte, que no voy a saber abrir más
porque está cerrado y ya sólo veo cicatriz.
La tuya y la mía,
o la de otrx.


16 ene 2017

Batiburrillo de caos y lucidez

La mente me está pidiendo que me explique un sentimiento, cosa que el lenguaje no puede llegar a abarcar en palabras, porque sentir ya es un lenguaje en sí mismo. Empatiza conmigo; abre las puertas y usa la llave en el cerrojo de la cara B del alma. Olvidas que igual que con la voz, interpretamos lo sentido con un abrazo, un beso o la mirada.
Explicar un sentimiento sólo es posible si lo comparo con otras cosas que los cinco sentidos, o seis o siete, perciben. Así mismo, un sentimiento sería como el eco que extiende el vacío a un golpe de voz, tras el que se crece un silencio predecesor que difiere entre otras clases de silencio. Podría ser como una gota que cae y donde se puede apreciar la luz rojiza a trasluz de un sol que se pone.
Sería el tacto de algo vivo que vibra al contacto con la piel. Sería el agridulce sabor de la bocanada de aire que alguien da después de haber guardado el aire en los pulmones. La imagen de la ruina tras el paso destructor de la guerra con su inconfundible olor a pólvora, humedad y abandono, quizás. O sería más acertado subrayar la imagen de la creación en esas mismas ruinas donde empieza a crecer vida, envolviéndolas en flores, en vegetación e insectos. Si aguzamos el oído, sin duda se podría escuchar su instintivo ruido a ausencia, a desazón y a risa salvaje; histérica.
Sí, un sentimiento se puede comparar con el sentimiento de otro, que nunca podrá llegar a ser similar al mío. Sería más acertado compararlo con la naturaleza de las cosas que por alguna razón existen y ellas nos facilitan el camino al propio conocimiento, sobre ellas y sobre lo que tenemos adentro.

Ya he dicho suficiente.