Es como un cielo lleno de nubarrones,
Cuatro gotas que caen sin fuerza,
Con cansancio, sin ganas de ser
Ni el charco salpicado por los coches
Al pasar.
Farolas que parpadean.
Bostezan aburridas.
Un gato que se esconde en
el calor de un motor.
Como si huyera de las
razones, de los porqués,
Del casi insensible vacío
de las calles.
Que no son sino mis propias
venas,
Sin sangre.
Sólo el ya escaso aire
faltándome en los suspiros.
Se me han pasado mil buses,
Mil trenes que no volverán,
Como las golondrinas de Bécquer,
A esta ciudadela de mí misma, gris,
Besada por el más duro hormigón.
Casi mordida.
Sólo quiero ser dejada ir,
No sostener por más tiempo los pilares
Del amor loco, agarrado y devastado, como con falta,
Casi sin fuerza en los dedos al
mecer ilusiones a ojos cerrados.
De piernas que pierden la estabilidad y se deslizan,
Como un pañuelo, una sutil caricia, sin sangrado dolor,
Sólo un cansado atardecer permanente,
Un caído corazón en combate.
Y sin quererlo, soy de darte una burbuja donde te cobijes
Hasta que esta impotente lluvia,
Ducha de barro y sal,
Deje de escocer tus heridas
Que no estás dispuesta a curar.
Soy de darte y no quitarte casi ninguna cosa
Y a veces sigues pidiendo, sin poder yo recoger,
Ni un poco de lo que cosecho.
Sigo muriéndome en esta ciudad vacía
Mientras devoras mi brazo apenas torcido.
Sigo esperando la estela de amoríos,
Latidos de nuevo, vivos,
Y pálpitos que llenen mi cuerpo
vacío
De mariposas sin esfuerzo.
De mariposas secas de las
lágrimas
De estas nubes anudadas de
agobio,
Durante tanto tiempo.
De amor, te digo, de amor.
De amor porque sí,
Porque de verdad existe para mí
Si me dejo las alas crecer y las
heridas, cerrar.