Tu cuerpo es como una piscina de olas, es como dos días libres seguidos, olor a sábanas recién cambiadas, olor a sexo. Me habla, con sus tres mil bocas que me besan en cada lugar donde poso una parte mí. Es como una conversación idiota, tres copas de más, una bandera blanca que ondea sola. Maquillaje corrido. Besos que se pierden al amanecer. Tu cuerpo es caliente como tres soles puestos uno encima de otro, no cabe ni en dos galaxias, el universo no le llega a los zapatos en lo que se refiere a noches en vela. Mis ojos te visten de párpados cerrados pero sigue siendo mejor mandar astronautas a buscar vida en tus lunares, a besarte cada poro, a suspirarte en cada oreja. Los latidos de tu corazón hacen que tiemble imperceptiblemente, como tu sonrisa, afectada, cuando intenta ganarle terreno a tus mejillas al subir. Tu cuerpo, cubierto por tu piel de blanco color de ojos pálidos los que te miran, sean míos, que abducidos quedan por él. Cultura de laberintos intrínsecos, minotauros que se esconden tras tus pecas, sonrisas, hechos, defectos, lágrimas, secretos. Cerraduras que se abren con mis dedos.
Tu cuerpo, léxico perdido de mi lengua, húmeda desgana que relaja los dientes antes de reírlos en tu pecho. Libertad. Tu cuerpo es libertad. Lápices que colorean tus voces. Tu historia hecha materia, mi sueño, mi pesadilla, mil veces mi envidia de tus sueños más rebuscados. Carreteras vacías. Lluvia ácida. Te deshace la boca, la ropa, los días, las lunas, las estrellas, de tus ojos las palabras que te callas. De largo tiempo, de lamerte cicatrices, de comerte, vomitarte, de que duelas, de beberme tu pelo, como un buen vino. De catar tus escondrijos, de buscarte los tesoros, de palparte buscando minas, de explotarte las mentiras. De ducharme con tu olor, levantarme con él, desayunar con tu voz. No necesitar paraguas porque estás tú para darme sol. No ver más que mi nariz porque lo eclipsas. Con tu cuerpo, tus labios, mordértelos, hacerte equivocar, que aciertes sin querer, que me ignores sin amar. Que desvirtúes mis andares, de mis dedos por tus calles. Que cometas delitos mirándome desde abajo, mordiendo tu labio. Rojo, inmenso, definido, exótico, acolchado, dulce, entero, demasiado para mis manos, mis ojos, dientes, lengua, manos, brazos. Caderas que me recuerdan lo roncos que son tus placeres vaginales, saberte a escondidas tras las sábanas. Verte llegar desde dónde sólo puedes ver mis ojos chispear. Lo difícil que es decirte que te echo de menos, lo fácil que es odiarte, lo complicado que es quererte y lo simple que es la manera de conseguir conocerte. Lo que me cuesta que te creas que eres algo más de lo que piensas de ti misma. Gritarte, desgarrarte la ropa a tiras con mis ojos, desnudarte con ellos, degustarte con los dedos. Quererte, amarte, besarte los ojos, las cuerdas vocales, los huecos que te falten por ser reconocidos, explorarte los pensamientos, sentirte los pesares. Devorar tu pena, apartar con las manos tus quebraderos de cabeza, cubrirte de la saliva de mis sonrisas cuando te entierro en besos. Demostrarte que por ti, me equivoqué, que por ti me acuerdo de respirar primero y vivir después. Que por ti amanezco y me entierro cuando duermo. Que por ti nada es nuevo ni viejo. Que tu cuerpo, es mi lugar, mis huesos, mi aguja sin hilar. Mi debate, destino. Cenas, leyes, física, química. Que de tu alquimia me alimento.
Que si ti la vida no tiene sabor ni fundamento.