Deja de arrastrar las palabras igual que los pies. Creo que
me he cansado de ese andar tuyo como si sólo fueras tú capaz de hacer temblar
el suelo que pisas. Nadie nunca me dijo que sería tan fácil quererte a medias,
dejarlo en el tintero, que caiga, que de igual. Nadie nos dijo que fuera a ser
tan difícil cambiar el audio a esta película tan mal doblada, dónde tu voz se
queda a medias siempre diciéndome las mentiras.
Y el tintero cae y lo mancha todo de tus verdades de aire y
cartón. Desborda los tejidos casi secos de este “te quiero porque sí”, como si
se hiciera eterno el segundo en el que lo dejas. Porque si quise saber de ti,
de tus buenas y tus noches, sólo me he llevado las noches con la luz de
emergencia en los sueños, que no me dejas tener.
No crecen, no llueven ya, a penas se escucha el eco de lo
que fuiste. Se agotan las razones, se desanudan los motivos, bostezan aburridas
las palabras con el mismo inconformismo, se envenenan los actos con temor, se
ven los besos translúcidos, inherentes al desgaste, se ven los abrazos cogidos
con pinzas en el aire, temblando de frío, enfermos. Y no son más que las
cuentas que nos debemos, de contarnos historias por si acaso, de pisarnos de
vez en cuando y al final desnuda de ganas, te ves en números rojos. Carmín de
los labios estúpidos de alguna que otra ilusión que te vas añadiendo a la
lista.
Lo peor no es ser imperfecto, a veces hasta está bien serlo,
la gente te admira. Lo peor es que te digan que eres perfecta, que juren que no
te dejarán esperar ningún tren que no sea el de sus pasos y que aún así,
prefieran venderse al primer postor que apuesta un poco tan sólo de novedad al
cuento. ¡Nos hemos contado tantos!
Sobre todo siempre venías con el mismo de “soy quién no
crees que soy, pero te sigo el juego”, asomando la patita debajo de la puerta
para que entrara en tu tablero. Y pienso con bastante regularidad que el buen
rato que pasamos, la mayoría lo puse yo y lo echarás de menos. O eso me digo,
porque dudo que alguien se haya dado cuenta de lo mucho que parece que te
mereces, lo poco que te ofrecen y mínimamente reconocibles que haces a las
personas que te dan lo que quieres probar. Y has acabado por no merecer llegar
al café de después, que casi nunca hace su aparición para nadie. Nadie es
suficiente el tiempo necesario como para crear en otra persona el sentimiento
del “me quedo porque eres tú”. Siempre se quiere más y nunca se está
satisfecho. Y siempre se busca menos de lo mucho que acabamos encontrando.
Supongo que lo último te toca a ti asimilarlo, decirte los engaños un poco más
de frente.
Que dicen que se aprende con los daños y no con los años, y
yo pienso que cada año nos engañamos más y nos hacemos menos caso. Y acabamos a
oscuras por no hablar con nosotros un poco más de lo que hablamos de nosotros.
Se nos va la fuerza por la boca, la boca por los polvos que
echamos sin mirar casi la cara del otro y el otro se va y le va bien.
Qué cuentos nos hemos tarareado con las manos tantas veces.
“Que viene el lobo”, me dije yo misma y ni la oí. Demasiado ocupada estaba
creyéndome cobarde cuando a la que le falta valor es a ti.
Y así de crudo suena a veces, cuando me cansas. De ejercitar
tanto el corazón en subidas y bajadas, de acabar con menos de lo que empezaste,
como si empezaras de cero en un cronómetro de cuyo botón pulsaste demasiado
rápido y ahora toca retroceder.
Y no hay vestidos que ponerse para ir a ningún baile, porque
siempre pensé que con vaqueros se iba bien hasta al infierno. Y las brujas son
mejores a veces que las princesas de promesas yermas de interés por cumplirlas,
que ni te regalan la manzana, le ponen precio y a veces ese precio eres tú
mismo.
Y les compones canciones para que desde esa alta torre dónde
se creen divas, tiren abajo su cabello y lo que acaba viniéndose abajo es la
autoestima, la dignidad, las lágrimas, que si no por fuera, por dentro del
esternón.
Los cuentos de hadas, esos dónde la caperuza roja no es otra
cosa que una máscara que llama la atención para luego ser todo lo contrario.
Cuentos que se marcan en la pared de hormigón que te acabas por empezar a hacer
alrededor.
Porque el mundo, tú que me lees, has de saber que el mundo
está perdiendo la guerra del absurdo. La gente se rinde fácil al primer polvo
negado, se fuma lo que le apetece de ti y abandona, se creen fuertes los
gusanos que siguen siendo gusanos y mueren los invencibles por el peso de la
estupidez.
Estúpida yo por pensar que eras diferente. Estúpida yo por
inmiscuirme en el mundo de lo absurdo. Estúpida yo por seguir pensando que hay
una mínima cosa que merece la pena en ti. Estúpida yo por casi todo pero sobre
todo, estúpida tú por dejar escapar a esta chica invencible rindiéndose a tu
estupidez.