He perdido el tiempo de la mejor forma que he encontrado y
es conociéndote. Horas que pasan, arrastrando los pies, en esta estación que me
pide a gritos que me largue.
En cambio, aquí sigo, desafiando a esta ciudad una vez más,
desafinando al contar las veces que te miré a los ojos y bajando al infierno en
esas ocasiones en las que no lo hice. Me quedé, me guardé, comprimida, pequeña,
absoluta, en tus pupilas sedientas. Me autodestruí para recobrarme lo que me
debo y caí en el hecho que tengo más cuentas pendientes con tus pestañeos y tus
labios a medias, que las que tendré jamás con cualquier astro que se precie.
Tus ojos, secuaces el uno del otro, grandes sicarios que
golpean fuerte los puntos débiles que te dejo ver. Son marrones y azules, en el
fondo, inmersos en el tiempo, inmensos como las horas que pierdo sentada
esperando el siguiente autobús.
Son tus ojos enormes, profundos como los besos que me
plantas en la boca, que riegas a mordiscos y crecen, cosechando las verdades
que te digo.
He de confesar que no me gusta Madrid. Al menos, sin ti no,
que sus paisajes y sus callejuelas bulliciosas son más bonitas con una tú
riendo en primer plano y el resto del mundo en desenfoque.
Madrid no es nada sin tu boca haciendo manitas con tu
hoyuelo, sin pillarte observándome de vez en cuando. El frío que hace aquí sería igual que en todos lados de no ser por
tus abrazos y esas sábanas que, cubriéndonos, nos hacen pasar inadvertidas al
resto del planeta por unas horas. Esas horas que me haces ganar.
Podría hablar del color de tus labios, granates, como la
sangre que a veces se me congela con tus distancias cortas.
Podría hablar del caminar de tus dedos por el puente de mi
columna, donde me confesaste que te colgarías si te dejara. Podría hablar de
tus recorridos a pasos titánicos por mis delirios de éxtasis.
Podría hablar de las calles en las que estuve, contigo
enfrente, rellenándome los huecos con lo mucho que me hace falta.
Podría decir que a oscuras es cuando más hago que brillen
tus ojos.
Y escribo pensando en tus acentos, en tus aciertos, en tus
comas y en tus puntos suspensivos.
Escribo que podría hablar de que podría hablar mucho más de
ti. Y sé que confías en que algún día lo haga.
Y sé que podría hablar de atiborrarme sólo de esos bocados
que les doy de vez en cuando a esos dos buenos motivos pertenecientes al
conjunto de los muchos que posees que me han llevado a putearme un poco, a
reírme de asesinar un tiempo que no echaré de menos porque fue mi víctima por
ti.
Mataré el tiempo por ti, romperé los relojes contra tus
clavículas, tus escápulas, tus costillas. Contra tu fragilidad, para que se
quede parado y nunca consiga ni irme ni colgarme de ella.
Podría hablar de lo bien que le queda al cielo tenerte
debajo.
Porque chica, no me gusta Madrid, con su gente hambrienta de
prisa y el consumismo como un alimento más. Una Madrid ebria del vino barato de
cartón de sus excesos. Una
Madrid vagabunda de secretos de amantes que buscan quererse
a medias, a mitad del país.
Qué rota Madrid y qué bien la recompones. Qué punto medio
tan bien elegido y qué bien nos queda.
Y qué bien le quedas a Madrid, desde luego.