Esta mañana me he sentido abatida nada
más abrir los ojos como si la vida se tratara de más cosas a parte
de nuestro deber y deseo por afrontarla.
La personas nos hemos vuelto
insensibles. No es que ese sentimiento no estuviera ímplicito desde
un primer momento en nuestra forma de relacionarnos, si no que ahora
es una manera de comportarnos casi en todo momento. ¿Qué ha sido de
dejarse llevar por lo que sentimos? Desde un punto de vista objetivo,
el romanticismo que impregna el universo de las emociones se percibe
desde fuera como un intento para mantener los sueños a flote. Si
parece demasiado sensible la belleza de la pura sensibilidad hasta el
punto de percibirla con desasosiego, ñoñería e inexistencia es que
lo es. ¿Es posible que el romanticismo haya muerto o que se haya
vuelto tan difícil de encontrar que ya no nos planteamos si puede
existir? Mi cabeza se dedica a separar en dos caminos diferentes que
se abren como un árbol cronológico de posibilidades, como Mr.
Nobody en aquella película dando saltos en el tiempo que no impedían
su avance lento y agónico aunque por otra parte sea un punto de
inflexión ideal para la cuestión y el cambio. Sólo la idea de
pensar que pueda dar rienda suelta a la imaginación y que se desate
un sinfín de posibilidades, me cubre de una manta asfixiante.
Nada se sabe y lo que se sabe ni si
quiera tenemos en cuenta si es importante o no.
Las personas que van de cabeza hacia lo
que quieren, viven en un continuo espacio-tiempo en el que el pasado
es sólo una prueba recordatoria de que estuvieron vivos tiempo
atrás, antes incluso de llegar a pensar que un segundo después esa
experiencia se convertiría en parte de nuestra historia. Quiero
decir, ¿recordamos realmente lo sucedido tal como fue o acaso
guardamos las sensaciones que se pasearon por nuestro cuerpo y mente
(obviando que ambos conceptos se encuentran en un mismo sitio: la
mente) en ese instante concreto? Me refiero a si lo que nos llevamos
sólo es nuestra propia interpretación de los hechos o a parte
recogimos la visión, la forma de pensar y de sentirlos por aquella
persona con la que compartimos la experiencia. ¿De verdad
compartimos momentos y pensamientos si esa circunstancia no se da?
Porque de otra forma, nos hemos pasado gran parte de nuestra
existencia dedicando el tiempo que tenemos para entretenernos
mientras no tenemos otra cosa que hacer que esperar el final del film
como si éste fuera demasiado aburrido, una eternidad más allá de
la inmortalidad, viendo pasar la vida que nunca nos ha llamado la
atención pero no podemos hacer otra cosa que permanecer en ella a
expensas de que algo la haga diferente. Ese algo es el amor,
romántico o no, pero aún sin que se trate de ello, abrazamos
nuestra existencia, esa respiración intermitente que nos dice “Eh,
estoy aquí” y la cualidad creadora de profusas variables que, sean
del tipo que sean, nos hacen únicos y especiales. La imaginamos,
nos la cuestionamos e intentamos que la idea de vida que nos gusta
sea adecuada y afín a nosotros aunque sea inflexible y sólo nos
sirva para ignorar lo solos que nos encontramos de vez en cuando.
Y digo yo, echo de menos estar
enamorada de quién soy y nunca me había fijado en que todo depende
de hacia donde se dirija ese sentimiento. Así que quizás sea un
buen momento para dejarlo estar y no obsesionarme... ¿Acaso la
aceptación no es la única manera de reconocer que nos gusta estar
aquí? ¿Acaso cuando estamos solos en realidad estamos con nosotros?
De esa forma, no considero la soledad como un calvario porque me
gusta estar sola y habrá más ocasionas para sentirme completa y
parte de mí.
Pero eso no significa que no vaya a
sentirme perdida en el propio caos de mi cabeza con que consigo
reajustarme de nuevo, reinventarme por dentro e intercambiar la
perfección por la superación. El mix de ingredientes que necesita
mi motor para asestar los rugidos y los arañazos que acojonarían a
la misma infinidad universal. Al menos la exageración me hace
gracia.