Siempre se quiere más de noche, nos confundimos más, nos
reinventamos con luces tenues. La noche, cobijando nuestros sueños bajo su
techo de cristal, nos hace alados, difusos, vidriosos. Nos ahoga a veces,
generando su energía sideral desde nuestros insomnios.
Siempre nos referimos a la noche para hablar de sexo, de
desacuerdos con la almohada, de besos que caducan a la salida del sol, de
revolvernos a encontrarnos y resolvernos los despechos. Noches universales,
universos nocturnos. Viven en ella nuestros huecos y la oscuridad que nos
dejamos a medias, las sobras del día que devoramos a la noche, recovecos donde
guardo cada uno de mis placeres oníricos del palpitar de lo que fueron entonces
mis te quiero gastados.
Qué sería de mí sin ti, sin tu carencia de luz que ilumina
mis invenciones desde el bohemio pensamiento. Qué sería de mí sin ti, que me
replanteas los planos de mis adentros, me reconfiguras el aspecto, me hablas de
amores, pasajeros de aviones que sobrevuelan mis delirios de pestañas caídas.
Casi todo mi arte se lo debo a las noches sin aliento. Casi
todo lo que soy se lo debo al anochecerme demasiado, a contarme los descosidos
y pesarme en gramos. Chica de latón busca corazón de león con la valentía de
ser lógica. Las noches nos vuelven impersonales, sólo el suspiro de un roce de
mejilla mal encajado. Y es cuando se me acaban las reservas de miradas
penetrantes, cuando no profundizo demasiado en la boca de corazones inmensos
como las hectáreas del aire.
Noches solas que se venden a gatos callejeros, noches
prostitutas, vendándote los ojos, vistiéndote con luces de neón, pervirtiendo
tus caídas en camas equivocadas. Noches que remueven sábanas, a veces por
pesadillas, a veces por besos a quema-ropa. Noches para fumigar las erratas de
la razón, que sigue leyendo mal los letreros de carreras de medias que aún
escuecen transitar. La arena de Morfeo no es más que la cocaína de los
soñadores.
Guardamos nuestra nocturnidad en arcenes mal iluminados, en
hablar bajito para no despertar las dudas mientras conversamos con nuestras
inquietudes.
Porque hay que ser elegante para dormir poco sin volverte
loco, sin caer a los pies de la magia del “puede pasar de todo”. De dedicarle
pestañeos innecesarios a labios que besan otras bocas. Porque tus ojos y los de
cualquiera son mis estrellas esta noche.
Porque las mejores cosas suceden cuando estamos dormidos. O
cuando nos damos cuenta de que ya no podemos despertar.
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